Mi vida se define por extremos, o bien nos morimos de sed o bien nos ahogamos bajo lluvias torrenciales. Cuando no un periodo de paz, eso tan contrario al negocio de un centinela, pone en duda la necesidad de nuestra labor convirtiéndonos en el punto de mira de todas las críticas, le sigue un periodo de problemas y altercados en el que arrecian las críticas y todos claman la formación de más centinelas. O nada que hacer o demasiado, no hay termino medio.
Ahora estoy bajo la lluvia. Esta vez si, ya no hay rumores, hay guerra en el lejano norte. Los oficiales de mayor rango de cada ciudad han sido llamados y sólo quedamos los inferiores e impuestos extraordinarios para hacer frente al conflicto. La disminución de la seguridad y las nuevas cargas propician el crimen, y ahí es donde entramos nosotros y la multitud de horas que dedicamos a que Puerto Nallacia siga siendo segura.
No tengo nada en contra de la lluvia. Puestos a elegir prefiero el diluvio a la sequía, pero si realmente pudiere elegir preferiría la misma lluvia que allá en el norte, en el campo de batalla, ese chiribiri, esa lluvia lenta, infinita y débil que tarda en empaparte. Preferiría que todo lo que tuviere que acontecer lo hiciere de esta manera, con calma, un evento tras otro, no al mogollón, con la insensata suicida velocidad con la que están cayendo sobre nuestros hombros. Pero es lo que hay. Uno no domina ni su propia vida, la vida le domina a él y sólo hay una alternativa que merezca la pena, entrar al combate aún a costa de la propia vida.
Estoy en la alto de la torre Este, bajo la lluvia aguardo un mensajero. Ya han llegado varios. Yo aguardo uno que porta un mensaje imposible. La lluvia es infinita...
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