A la hora de comprar libros reconozco que suelo ir a por lo seguro, a por algún libro que me hayan recomendado o cuyas reseñas haya ya leído y esté más o menos seguro de que me va a convencer. No me gusta arriesgarme en temas de libros. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando te regalan un libro? No suelen regalarme muchos, pero últimamente parece que me los regalan a mala leche, Best Sellers de supermercado que son auténtica morralla y que solía acabar regalando a las bibliotecas. Ahora me lo pienso mejor y para ahorrar sufrimientos innecesarios a posibles lectores los tiro al contenedor de basura más cercano.
Una de estas últimas lecturas fue El Cículo de los Escribas de Romain Sardou. Para empezar la portada es un poema (es un decir, ojalá fuera un poema, entonces tendría algo bueno), su simbolito de Best Seller que ya delata su ínfima calidad literaria y el subtítulo "por el autor de La Herejía y El peregrino del tiempo". Eso que no falte, hay que demostrar que uno no es novato, que ya se ha hecho un hueco en el mundo literario. Como el autor es francés el título original es Personne n´y échappera, que no sé que carajo significa (se agradece traducción, Babelfish dice Persona n´y escapará), io no parlo la barbara lingua, pero está claro que significará cualquier cosa excepto El Círculo de los Escribas, así que de entrada se huele una mala traducción al castellano. Sobre El Círculo de los Escribas, reuniendo de varios capítulos, se habla un total de cinco o seis páginas, son un grupo muy secundario y la narración marcha por otros derroteros, así que si así comienza la traducción de la novela...
Sin embargo, siempre se puede salvar algo. De las 366 páginas me quedo con dos parrafos, en los que se describe a dos personajes, cada uno visto desde los ojos del otro. Os lo dejo aquí para vuestro juicio (y para poder releerlos en el futuro después de haber quemado este libro):
Después de que hubiera cruzado la puerta, el profesor permaneció de pie, incómodo, sin saber qué postura adoptar. Observó a Sheridan, su impresionante estatura, sus magulladuras en el rostro, su autoridad natural, el abrigo que engrandecía aún más su silueta. Tenía las espaldas de un descargador o de un arponero de Nantucket. Sin duda, según las circunstancias, ese tipo debía de inspirar bien una formidable sensación de seguridad, bien un canguelo insoportable.
El polícia, por su parte, ya se había hecho su idea sobre el profesor. Franklin llevaba unos vaqueros claros y un jersey de cuello alto de color burdeos, con las mangas arremangadas y refuerzos de cuero en los codos. Las gafas y la barba de unas horas apenas le envejecían. El cabello, rubio y ondulado, le dibujaba una frente delicada, de ángel. El policía sintió que era inteligente, sin duda capaz de de defenderse cuando la situación lo requería; pero también curioso, atento a todo, lo que era un buen signo. La habitación estaba impecablemente ordenada, con método. También eso le agradaba.
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