Yo esperaba que al despertar aún resonara en mis oídos el eco dulce de tu voz, pero tan solo escuché la puerta del cuarto de baño cerrarse y alguien apretando tras ella (con lo romántico que había empezado el día, menuda cagada). Miré el reloj y salté de la cama, iba a llegar tarde, desayuno, ducha, afeitado, lavado de dientes, coger la ropa para el gimnasio y el almuerzo en su rutinario tupper fueron tareas sencillas; que el ordenador y el puñetero distiller crearan el pdf del dossier de La Carbonería fue lento, demasiado, pero aproveché para cargar el coche con la mochila del gimnasio y cargarme a mi con paracetamol, que buena falta me iba a hacer.
La mañana en el trabajo, intensa. A medida que iban pasando las horas me iba percatando de que no iba a tener cuerpo para el gimnasio y el turno de tarde, asi que ¡cambio de planes! Dado que tenía mucho pendiente de escribir me iría a Los Arcos, arreglaría un tema en The Phone House y comería y escribiría en la plaza interna, sentado al borde de la fuente.
¡Sorpresa! Fue al coche a por los papeles del teléfono, otros en blanco para escribir y la comida... ¿dónde está la comida? Con las prisas de la mañana la había dejado junto al ordenador, fijo. Otro cambio de planes, tras el papeleo compraría un par de sandwiches en el Hipercor y continuaría mi improvisado picnic literario. Papeleo arreglado, entro al Hipercor ¡y 2,30 € cada sandwich, manos arriba, esto es un jodido atraco! Dos sandwiches más un refresco serían 5,40 €. Salí rápidamente de aquella cueva de los cuarenta ladrones, sabía donde comer más económico, mejor y calentito (inserte aquí su jocoso comentario subido de tono). Subí al piso de arriba y mientras me dirigía a El Fogón de Leña me fijé en un cartelito que rezaba capuchino por la cara. Mi mente comenzó a maquinar un suculento postre. En el Fogón los menús son en su mayoría de pareja, pero hay alguno que otro para un individuo padecedor del síndrome de la soltería crónica como yo: cervecita, carne con tomate y churrasquito con mojo picón por 4,90 €. El Fogón mola, Hipercor caca. Aunque ya con mi estómago satisfecho con tan opíparo banquete, mi mente seguía en el capuchino por la cara. Me acerqué al Kioscoffe, pagando una ración de tarta o un gofre me regalaban el capuchino. La tarta era más cara y fría que el cálido gofre con chocolate que pedí y que en conjunción con el capuchino consiguió aliviarme un poco más el dolor de garganta. Me pusé como un cerdo, si, pero demasiado peso había perdido últimamente, así que tocaba festín para compensar.
A los pies de la fuente no pude llegar, habían emplazado allí un gigantesto abeto y vallas alrededor. Me quedé en el piso de arriba, en los sofas rojos frente a la puerta de esa tienda de ropa en la que suelo comprar pero de cuyo nombre no me da la gana acordarme, oculto a la mayoría de las miradas indiscretas, pero no a indeseadas compañías.
Estoy aquí, sentado en un sofa rojo, apurando las últimas lineas harto de aguantar durante más de media composición a un tipejo con cara de ningún amigo que, a pocos centímetros de mi, tose y absorbe los mocos cada diez segundos y menos, que gesticula sin motivo aparente, se gira bruscamente, mira al piso de abajo con gsto de espía o francotirador, vuelve a apoltronarse en el sofa, tose, absorbe mocos, se palpa los bolsillos, saca un paquete de tabaco, un pico de pan, mira al suelo, tose, absorbe mocos, deja de buscar en el suelo lo que no se le ha caído, se cambia de sofa (aleluya), saca una radio, la conecta y se pone comodo... ¡ah, que no se me olvide, y toso y absorbe mocos! Me largo mientras se enciende un Pall Mall en esta zona de no fumadores. Me vuelvo al trabajo temprano para recuperar el cuarto de hora que me he tangado por llegar tarde, por haberme quedado dormido, por haber dormido tan bien, con el dulce eco de tu voz resonando en mis oídos...