Escrito minutos antes de ser recitado en el Día Mundial de la Poesía:
Sentencia
Te sentenciaste,
tú solo,
blasfemaste a gritos,
en la catedral,
en presencia del arzobispo.
Imposible tu defensa,
imposible que te defienda
ante tantos testigos
seré un cobarde
y de tu sentencia de muerte
seré un abajo firmante.
Mas tu flamígera muerte
no traerá justicia, tan solo
otra de sus insulsas venganzas.
Te doy la razón.
Hay días que también incluso yo
alzaría mi puño contra esos púlpitos
cargados de verborrea e hipocresía,
incluso contra ese Dios,
tan callado y silencioso Él
que parece habernos olvidado.
¡¿Pero qué demonios?!
Te haré compañía en la sala de torturas.
Voy a gritar como tú.
Voy a blasfemar como tú.
Voy a arder como tú,
hermano mío...
Alguien que me conoce muy bien me ha mandado este poema de José Manuel Caballero Bonald. Dice que parece estar hecho para mí, y no dejo de darle la razón.
Tú te llamabas tercamente Carmen
y era hermoso decir una a una tus letras,
desnudarlas, mirarte en cada una
como si fuesen rastros iguales de alegría,
contiguos besos en mi boca reunidos.
Era hermoso saberte con un nombre
que ya me duele ahora entre los labios,
me sangra entre los labios como el moho de una fruta,
como algo que yo querría nombrar constantemente
y me estuviese amordazando con su olvido,
con su apremiante negación de ser,
porque es inútil repetir lo que termina en nada.
Es posible que ya no puedas tú tener un nombre,
encerrar en un nombre tu ternura,
tus verdes ojos dulces,
la dorada humedad de tu cabello,
que ya no puedas responderme si te llamo,
si te sigo llamando y nada me devuelve
la ilusoria constancia de que aún eres cierta.
Ahora es de noche y tú no tienes nombre,
a nadie pertenecen tu voz, tus adjetivos,
mientras cae la lluvia
mansamente y es más sorda la vida
cuando al llamarte sé que ya no tienes nombre.
¿Es verdad que te has ido para siempre,
que no podremos ya mirar los árboles mojados,
la lenta pesadumbre de las tardes calladas,
el nocturno temor que a nuestro amor se unía?
¿Es verdad que tu boca se irá deshabitando
sin responder a nadie ni siquiera en silencio,
que ya no cabré nunca en tu mirada,
en tus manos que guardan mi latido en su piel?
No puedo imaginar que alguien te llame
allí por ese reino donde ahora enmudeces
mordiéndote los labios como entonces
y tú vuelvas los ojos para ver si es posible
que tengas todavía un nombre en que esconderte,
un nombre que estacione la vida entre sus letras,
que sea vanamente igual que Carmen,
porque ahora es de noche y tú no tienes nombre.
Pero entonces he mirado la luz,
los péndulos furtivos del otoño,
los hombres que caminan y caminan,
las aves del regreso, torpes ya con el frío,
estos libros que ardieron con nuestros ojos juntos,
mis padres, mis hermanos, con sus sombras gemelas,
mi amigo Juan Valencia, que está a mi lado y no
me habla, y sé que que estoy viviendo,
he aprendido que son las cosas quietas
las que evidencia mi razón de cada día,
que eres tú quien te has ido a una gran soledad,
quien no puedes volver con aquel nombre tuyo,
con aquel cuerpo ajeno y transeúnte que tenías,
con algo que no sea caricia o beso o lágrima
y lo convoque todo en una historia única
donde decir tu nombre equivalga también a poseerte.
Porque es triste y es también preciso
comprender que eso es vivir: ir olvidando,
consistir en palabras que están llamando a nadie,
saber que es una sombra súbita
la que agrieta y corrompe la más cierta esperanza,
saber que es el desamor
quien detrás de lo más amado espera
para poder seguir viviendo
a pesar de la noche y tu nombre entregado.
Si, ya sé que dije que iba a ser mensual, pero ya que me falta el de enero... aprovecho para estas prácticas de tiro.
Cuando la quietud y el silencio de mi casa me derrota no voy a las tabernas como el resto de soldados aburridos. No, voy a entrenar con el arco. No es mi puesto, no soy un arquero. Solo soy un simple centinela a pie de puerta. No necesito un arco para mis tareas, aunque nunca han faltado en la torre cuando estamos de guardia. No me pusieron ningún impedimento el primer día. El sargento instructor de turno simplemente me preguntó mi nombre, mi graduación y si realmente tenía interés en aprender a disparar. Acto seguido me enseñó todo lo que tenía que saber y ahora entreno solo, a cualquier hora, a deshoras, al alba y al ocaso cuandos mis turnos me lo permiten, descansado y al borde de la extenuación. Algún estúpido capitán incluso ha alabado mi tesón ante el resto de la tropa, y difundido la idea de que entreno en lo que no me pertenece porque quiero ser un maestro de armas.
A veces me pregunto porqué ciertas personas alcanzan puestos para los que no están capacitados. Si quisiera ser un maestro de armas es obvio que estaría entrenando no solo el arco, sino también el arco a caballo, la lanza a pie y a caballo, y sobre todo la esgrima, que es lo que me corresponde junto con la lanza a pie debido a mi puesto. Tengo mi entrenamiento descuidado, salvo este del arco a pie, hace meses que no monto a caballo y aunque la lanza a pie sí la domino, la espada... bueno... en el enfrentamiento cara a cara sigo siendo un auténtico novato. No, no quiero ser un maestro de armas. Me gustan las armas, mataría con ellas de ser necesario, es mi profesión, pero no mataría por ellas, no son mi pasión. Los amigos saben todo esto, piensan que solo es una afición, que me aburro y ocupo el tiempo de alguna manera. Pero en realidad, estas prácticas de tiro no tienen nada que ver con entrenar, con ser maestro de armas, con aburrirme o con matar el tiempo. En realidad, no es más que otro de mis absurdos sentimientos que de vez en cuando simbolizo de esta manera.
Prácticas de tiro
Practico,
día y noche,
tenso la cuerda,
apunto,
aprieto los dientes,
aflojo los dedos,
y la flecha golpea de nuevo
el centro de la diana.
Ya que él no dispara
flechas con mi nombre grabado
al corazón de las féminas,
yo practico
hasta la extunación,
hasta que mis hombros caen
y me sangran las yemas.
Practico el tiro perfecto,
preparo una flecha con mi nombre
pero no de amor, si no envenenada,
para tí,
para matarte,
¡perezoso Cupido del demonio!
Los amigos (mil gracias a ellos) me enseñaron a no encerrarme en el pasado, que es lo mismo que decir a no encerrarme en tu recuerdo, a seguir adelante ignorando el dolor en la medida de lo posible. Pero hay noches como esta en que me asaltan dudas de nevera, como las bautizó Alfred Hitchcock. Son ese tipo de dudas que a él le llegaban a las tantas de la madrugada, cuando se levantaba de la cama, llegaba medio tambaleándose hasta la nevera y mientras bebía se le venían a la cabeza ideas como en esa escena, ¿cómo porras llegó el prota montado en la moto si se había quedado sin gasolina tres escenas antes? No me vienen demasiadas dudas de nevera. Sabes muy bien que una vez que me quedaba sopa, solía quedaba quedarme en letargo toda la noche, a menos que me despertara muy ocasionalmente, o que me despertaras tú en alguna de tus seis o siete alzadas nocturnas.
Obviamente, a él le venían dudas sobre su pasión, que era el cine. A mí no me vienen dudas sobre Linux, hardware o poesía, en contra de lo que puedas pensar. Me vienen dudas extrañas sobre el amor. Y en esta noche, en la que me he levantado a las tres de la mañana, me he tambaleado a oscuras por el largo pasillo, he llegado a la cocina y sin encender la luz he abierto la nevera y he bebido agua fría a cortos sorbos... me han venido varias dudas... ¿Acaso soy yo el único que hecha de menos aquellas noches en pareja, aquellos paseitos hacia la nevera pasando frío para traerte agua y que no tuvieras que levantarte, aquel dormir acurrucados, con tu cabeza en mi pecho o abrazándote yo por la espalda? ¿Soy yo el único que ha pasado frío TODAS las noches de estos seis últimos meses? ¿Soy yo el único de los dos que de vez en cuando deja una marca de lágrimas en la almohada? ¿Soy yo el único que piensa que no está bien lo que pasó?
Y me respondo, despierto, de camino, primero al ordenador a escribir estas lineas en caliente, y luego de vuelta a la cama SOLO. Sí, yo soy el único que hecha de menos aquellas noches en pareja, el pasar frío por alguien que me importaba (y a quien parecía importarle), el abrazarte con firmeza y con ternura, el sentir tu respiración pausada y los espamos involuntarios de tu cuerpo cuando te quedabas dormida antes que yo, y sonreía, y le pedía al Cielo que el tiempo se detuviese para siempre, que nos dejase atrapados en ese momento. Si, yo soy el único que ha estado pasando frío TODAS y CADA UNA de las noches de estos seis últimos meses, y las que me esperan. Tú siempre has tenido peluches y máscotas con las que sustituirme. Sí, soy yo el único que llora amargamente de tanto en tanto, y no me causa vergüenza admitirlo. Y sí, soy yo el único que piensa que lo que pasó fue horrible, fue atroz, fue cruel, y no debió suceder, no de esa manera...
Me vuelvo a la cama, solo, a acurrucarme, a hacerme un ovillo bajo mantas y sábanas, a seguir pasando frío. Pero mejor este frío a tu frialdad...
¿Alguna vez has tenido la sensación de que te da un vuelco el corazón? Es tan poco habitual que cada ocasión se siente como si fuera la primera. Una idea cruza tu mente, tan descabellada y tan simple a la par que no sabes porqué no se te ha pasado antes por la cabeza. Físicamente, notas como tu corazón bota en el interior de tu pecho, fruto de un poderoso latido.
Mi más reciente vuelco fue una noche de marzo, pasada la medianoche, ya lunes. Con lo mucho que odio los lunes, ese comenzó así. Acababa de grabarme un cd de música, con la música china que había recuperado de un viejo disco. No había suficiente para llenar el cd y usé el espacio libre para grabar el adagio para cuerda de Samuel Barber. Puse el cd en mi dvd portátil, para escucharlo con auriculares en la cama mientras escribía un poco antes de dormir. Escribí unas lineas sobre mi actuación en un recital de poesía horas atrás, arengándome para hacerlo mejor en futuras ocasiones. A continuación me di cuenta de algo y escribí: Tengo el corazón aparcado, y eso no es bueno. No puedo ponerme a pensar en una vida en solitario, no debo, no vaya a ser que me guste la idea.
Mis pensamientos no estaban donde debían, puestos en el amor. Mi objetivo no era pasarme la vida solo, sino en compañía del amor de mi vida (¿quién será?). No podía seguir volcando todo aquel cariño pasado en mis recuerdos y mis versos. Tenía que poner toda la carne en el asador esperando que en el futuro volvería el amor, en que encontraría alguien que me merezca, como me recordaba de tanto en tanto mi mejor amiga.
Y con las deliciosas notas de aquel adagio, una epifanía, brotó el vuelco al corazón:
Vuelco
¡Idiota!
Inútil
seguir amando en pasado,
mas también inútil
pensar en amar en futuro.
¡Ama!
Presente e imperativo,
¡ahora!
¡Vive!
Como si de nuevo te arropara
lo más importante de tu vida,
¡vive... enamorado!
Lo que ocurre cuando uno se dedica a tener ideas apresuradas en el coche:
Tal es la inspiración
Un susurro en el espíritu,
la inquieta mano comienza
su carrera alocada contra el papel
y deja garabatos a vuelapluma,
el inquieto avieso verso
punzante y desangrante, dispuesto
para ser empuñado,
un monstruo, una bestia incontrolable,
una espada de doble filo
en manos
de quien no puede conocer la paz.
El siguiente poema nació de una curiosa mezcla de ideas. La primera es de un recuerdo de una visita a Ceade (una universidad privada) en la que nos compararon ligar con marketing. La diferencia era que en el marketing uno vende un producto o un servicio, y a la hora de ligar uno se vende a sí mismo (o al menos lo intenta). Otra idea es de un gráfico (que no consigo encontrar) en el que se ve una línea que representa lo que vendes. A un extremo de la línea están los consumidores que aman lo que vendes, y en el otro extremo de la línea están los consumidores que odian lo que vendes. En el gráfico aparecía una flechita señalando la parte media de la línea, y una anotación que decía "si estás aquí enmedio, estás jodido". La tercera idea viene de la foto de mi cara de pillo con las dos cartas que vengo usando desde hace un tiempo en el blog, en el twitter, en el messenger, etc.
Técnicas de marketing
Devuélveme la mirada.
Mírame,
con ojitos de cordero degollado
o con aviesos ojos de verdugo,
¡pero mírame!
Estas son mis cartas boca arriba,
mi as de corazones
y mi as de espadas.
Toma la que quieras
y ¡ámame o mátame!
Atraviésame el corazón
de una manera o de otra.
¡Decide!
O blanco, o negro
pero no me dejes
siendo gris indiferencia.
Copiando (ante todo sinceridad) a J.D. Sánchez y sus Diarios de Café de Noche, yo también voy a empezar a escribir una mezcla de ficción y diario, una vez al mes, comenzando con este.
En el amor y en la guerra
El otro día, mientras hacía la ronda por la muralla me dio por pensar en las similitudes del amor y de la guerra. Ciertamente había similitudes. Ambos duelen, ambos hieren, ambos pueden llegar a matarte, y ambos requieren a alguien, a quien amar o a quien odiar, ¡pero alguien! También había una curiosa similitud y diferencia. Tanto en el amor como en la guerra se puede conquistar y ser conquistado. Ambas a la vez es imposible en la guerra, pero en el amor es el único resultado deseable. Hay que vencer y ser vencido a la par. Si faltara algo, no sería un amor completo, sino un amor cojo, un amor renqueante, y los soldados no cojean, avanzan a paso firme, y así ha de hacerlo el amor.
Al volver a mi puesto en la Puerta Este contemplé las parejas que la atravesaban y pensé en otras que había conocido antes. Me llamó la atención aquellas parejas que permanecían juntas por inercia. Se les notaba a la legua, separados más de dos palmos, sin apenas dirigirse la palabra o la mirada. Sonreí, pues me recordaban a esas malditas situaciones en las que el capitán te asigna al compañero que peor te cae para hacer la guardia nocturna en la torre. Sin embargo aquí no es un capitán el que da la orden, sino el miedo a la soledad lo que mantiene unida a esas parejas sin sentido.
Yo no podría. Puedo, por obligación, aguantar las veladas con el desagradable sargento Marcos, e incluso aguanto a ese cabo novato, Paulo, que sí le metiera la cabeza en el tonel del agua seguiría hablando igualmente. Pero no podría estar en una relación en la que yo no la quisiera, o en la que ella no me quisiera, o incluso peor aún, en la que no nos quisieramos ninguno de los dos. No tengo necesidad ni obligación de amar a cualquier precio. Por suerte, la soledad no tiene un rango más alto que el mío, no puede darme ordenes.
Con esto en mente, me han quedado las cosas más claras. Pensaba que iba en busca del amor, y en verdad el amor me ha encontrado a mí. En un caso era una chica joven que buscaba mi corazón, y en el otro caso, otra buscaba más bien mi cuerpo y una noche de pasión. Ante ambos casos fingí no poder moverme de mi puesto. Mentira, puedo serle infiel a mi oficio, convertirme en un desertor, pero no puedo serle infiel al amor. No acepto fingir sentir el amor que no siento.
Han tratado de conquistarme, pero no me he dejado. Al igual que no se dejan conquistar las mujeres a las que me he acercado. Ese es el gran problema del amor, que es un problema que uno no puede resolver solo. Al igual que no hay batalla sin al menos dos contendientes, no hay amor sin dos corazones que palpiten al unísono. Tiene que haber un interés por ambos lados, y eso me parece empresa más complicada que cualquiera que puedan ordenarme, lo cual no quita que no lo intente...
En estos últimos meses, mientras seguimos acercándonos inéxorablemente a la primavera y mi corazón terminaba de descarcharse, se han acercado un par de corazones al mío. También usando como armas las palabras, la sangre como tinta y el corazón como pluma, me he acercado a otras mujeres, ganándome su indiferencia y descubriendo también la mía propia hacia ellas. Sonrío a la caricia del viento. No es un mal resultado en estos primeros lances de la lid, la mayor en la que un soldado poeta puede involucrarse.
En el amor y en la guerra... al fin y al cabo son la misma lucha sin cuartel de resultado incierto. Y por amor permanezco en mi puesto, por amor a la gente de esta ciudad, amistades, conocidos, gente por conocer, ¿amor por conocer? Lo demás, estas murallas, esta puerta y esta torre, son tan falsas como un forillo de agrupación carnavalesca en el Teatro Falla pero, aún siendo mentira todo este decorado, me sirve para decir una verdad. La digo yo, Atanvano, que es decir defensor en otro idioma, y lo dice este centinela al que he creado y le voy a hacer chuparse guardias y noches en vela en la torre. Lo decimos los dos: ojala hubiera en esta ciudad, que es mi vida, un amor verdadero por el que luchar... hasta la muerte...
Me despido con un poema que recitó a los pies de la torre un extraño peregrino que decía llamarse Julio Martínez Mesanza:
Las torres son imagen del orgullo. Los hombres, cuya vida es breve y frágil, gastan todo su tiempo en alzar torres. Y una torre no enciende la esperanza. Incluso la que guarda las campanas y espera las cigüeñas es culpable. Me he cansado de oír los disparatas de los que viven dentro de la torre y de los que se arrastran a su sombra. Me asquea su interior y me ha cegado el reflejo del sol en sus ladrillos, porque las torres son oro y son sangre. La polvareda que al caer levantan no debe entristecerme ni sus ruinas llevarme a meditar sobre el destino del poder, la ambición y la belleza, sino hacerme salir de las prisiones del enajenamiento y liberarme.
N. del A.: Ahora que acabo de terminar la primera entrada del diario del centinela me doy cuentas de dos cosas:
Primero, improvisar no es lo mío. Por suerte tengo un mes para ir preparando y puliendo la próxima entrega, y ya sé por donde voy a empezar.
Segundo, no he podido usar una metáfora que sí tenía pensada. Pensaba decir que al café si puedo serle infiel, y tomarme un sucedaneo de cuarenta céntimos con prisas, pero que al amor no era capaz de serle infiel. No acepto sucedaneos de amor, ni amores de rebajas. Pero un centinela tomando café junto a la muralla rayaba en el anacronismo, así que dejo aquí el simil fuera de contexto, y subo a tomarme un café.